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La Palabra, fuerza en la tentación…

Primer domingo de Cuaresma, tiempo litúrgico de abundante gracia, que nos invita a  confrontar nuestra vida con el Evangelio y a examinar el ritmo de nuestro seguimiento del Señor de cara a la gran celebración de la Pascua.

La Cuaresma es para tomársela en serio. La austeridad de estos días nos lleva a hacer un sincero análisis de nosotros mismos y de nuestra relación con Dios, a tomar conciencia de nosotros mismos: de lo que somos y de cómo somos, de lo que vivimos y de cómo vivimos, de lo que hacemos y de cómo lo hacemos.

Por ello es un tiempo maravilloso donde abunda la gracia de Dios. El don de Dios, la luz de Dios, su amor misericordioso quiere colarse en los entresijos de nuestro ser, donde se cuece lo que somos, para reconstruir fracturas, curar heridas, vigorizar lo débil y volver a modelar nuestro “barro”. La clave está en la voluntad de abrir la puerta del corazón a esa Gracia que sobreabunda aunque pueda abundar el pecado. ¡Qué magnífico don!

Seréis como dioses…

Todo comienza bien. El ser humano es modelado por el mismo Dios. Con ninguna criatura Dios se prodiga de esa manera, con especial laboriosidad. Ese modelar implica un empeño de Dios en la criatura que modela pues lo hace “a su imagen y semejanza”.  Pero no todo queda en barro. Dios mismo insufla su propio “aliento de vida” convirtiendo a la criatura humana en “ser vivo”. ¡Qué bondad tan grande!

El ser humano es dotado de libertad. Y Dios se ofrece como referencia para vivir bien en esa libertad. Cuando el ser humano toma consciencia de sí mismo siente el vértigo de la libertad: la tentación. ¿Hacia dónde voy?, ¿sigo la referencia?… Es entonces, cuando podemos tomar la decisión equivocada, olvidando la referencia divina que nos señala caminos seguros de libertad. Ante la tentación lo decisivo es no perder la referencia divina pues nos da el criterio y la seguridad para superarla.

La Palabra: fuerza en la tentación…

La clave para superar la tentación es la confianza en Dios y la atención continua a su Palabra. Esa es nuestra fuerza. Nos lo enseña Jesús con su propia experiencia. El desierto, lugar extremo, deja al descubierto nuestra fragilidad y así, igualmente, nuestra necesidad de Dios que nos encuentra y nos acoge. Jesús va hacer esa experiencia que fraguará su interioridad humana de cara a la misión encomendada.

No hay que tener miedo a la tentación, con la fe y la Palabra obtenemos la fuerza para superarla. Es la magistral enseñanza de Jesús al inicio de la Cuaresma.

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